jueves, 9 de abril de 2015







Con una naturalidad casi ofensiva cogió mi libro de Rayuela y se lo llevó ante mi monacal silencio. ¡Me quitó el manual de cronopios! y sólo pude sonreír impotente. Lo más triste es que no lo va a leer, lo toma como un trofeo, quiere saber hasta dónde llega su poder, me pone a prueba. No puedo evitar comparar a esta artesana de lo ajeno con la Maga, ya que “andábamos sin buscarnos, pero con la certeza de que andábamos para encontrarnos”. Ahora que nos tenemos, se empeña en reubicar todo lo que alguna vez fue mío, reordenándolo en su caótico baúl de cosas de Iván.  Todo  empezó cuando me quitó la mitad más uno de los latidos, después se hizo dueña de mi palabra preferida (limonero), más tarde, con sigilosa delicadeza se apoderó de todas las  certezas para dejarme unas dudas inmensas. Así esta pequeña tirana que se empeña en ir conquistando cada pedacito de lo que me hace ser yo, me atrapa en el ámbar de su codiciosa mirada. Sé que ahora está planeando quedarse con mi moto, y ahí, voy a tener que ser inflexible, tajante. Se la voy a dar sin limpiar.


Del libro La hija del jardinero


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