Con
una naturalidad casi ofensiva cogió mi libro de Rayuela y se lo llevó ante mi
monacal silencio. ¡Me quitó el manual de cronopios!
y sólo pude sonreír impotente. Lo más triste es que no lo va a leer, lo toma
como un trofeo, quiere saber hasta dónde llega su poder, me pone a prueba. No
puedo evitar comparar a esta artesana de lo ajeno con la Maga, ya que “andábamos sin buscarnos, pero con la
certeza de que andábamos para encontrarnos”. Ahora que nos tenemos, se
empeña en reubicar todo lo que alguna vez fue mío, reordenándolo en su caótico
baúl de cosas de Iván. Todo empezó cuando me quitó la mitad más uno de
los latidos, después se hizo dueña de mi palabra preferida (limonero), más
tarde, con sigilosa delicadeza se apoderó de todas las certezas para dejarme unas dudas inmensas. Así
esta pequeña tirana que se empeña en ir conquistando cada pedacito de lo que me
hace ser yo, me atrapa en el ámbar de su codiciosa mirada. Sé que ahora está planeando
quedarse con mi moto, y ahí, voy a tener que ser inflexible, tajante. Se la voy
a dar sin limpiar.
Del libro La hija del jardinero
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